sábado, marzo 4

Jorge Gaitán Durán o las palabras del apátrida

«No adoptes esa idea errónea de que todo extranjero, porque exhibe su diferencia, es incapaz de ser solidario.»
Edmond Jabés
[1]

Todo discurso sobre la poesía nace del pensamiento utópico en el sentido de que se genera a partir del rechazo o de la aceptación cómplice de los presupuestos y sobreentendidos que le confieren un significado. No me refiero tan sólo a los «contenidos» temáticos, sino también a los «presupuestos ideológicos» que anidan en palabras fuertemente cargadas que, sin embargo, pasan inadvertidas en tanto que son, en apariencia, claras y estables. De momento me refiero a palabras tales como poesía y ser humano, las cuales comportan de por sí los conceptos de humanidad y cultura, comodines resbaladizos, figuras transparentes en su disfraz que mencionan algo que supuestamente se sabe desde hace siglos y que, por tanto, se han hecho inseparables del pensar o del respirar mismo.

Esto en cuanto a los discursos acerca de la poesía. Por su parte la poesía misma es la actualización de un proyecto humano, no solamente enunciado sino también –y sobre todo­– experimentado. Ya en su momento Borges lo sintetizó en una de sus múltiples poéticas que, si la memoria no me traiciona, dice así:

«Dos deberes tendría todo verso: referirnos un hecho preciso, y tocarnos, físicamente, como la cercanía del mar».

En el contexto que me concierne debo explicar que el hecho de proponer a Jorge Gaitán Durán como emblema tutelar de mi texto acerca de la poesía, tiene que ver, directamente, con mi interés por la figura del extranjero como la efigie del oficio del poeta. En efecto, de la poesía de este colombiano se puede desprender la imagen del poeta como el summum del apátrida, sinécdoque del cosmopolita.

Braceando contra corriente por entre sus poemas puedo anudar mi preocupación personal, y ver en ellos ese derrumbamiento que tanto me atrae del concepto de «cultura» imperante en el mundo dominante a favor de la idea de un «ser humano», pensado no como ciudadano ni como súbdito de un determinado conglomerado político, sino como sibarita cuya pertenencia o «nación» se limita al campo de los afectos, al clan que él mismo funda por medio de la amistad o del deseo:

La tierra que era mía
Unicamente por reunirse con Sofía von Kühn,
Amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;
Mas yo creo en soles, nieves, árboles,
En la mariposa blanca sobre una rosa roja,
En la hierba que ondula y en el día que muere,
Porque sólo aquí como un don fugaz puedo abrasarte,
Al fin como un dios crearme en tus pupilas,
Porque te pierdo, con la tierra que era mía.
[2]

Gaitán Durán, al trastocar la noche mística de Novalis y llevarla al extremo del amor corporal, encontró la intuición necesaria para la expresión de su actitud epicúrea frente al erotismo y al diálogo de los cuerpos, no sólo como antídoto o como negación de la muerte, sino además como punto de partida para su «eros político», donde el individuo, los amantes y la cópula son una promesa de unidad, de retorno a la unidad de la vida y de discontinuidad del hombre con respecto a una serie social y política. Y es precisamente en este punto en donde reside la actitud libertaria del erotismo en Gaitán Durán frente a las instituciones, una visión fundamental para su concepción, tanto acerca del erotismo como de la palabra, y para vislumbrar cómo la reflexión poética del mismo Jorge Gaitán Durán, para quien el sismo lírico se asemeja a la trepidación del orgasmo, es decir, a la más recóndita actividad de lo sagrado.

Es así que lo que para Novalis representaba la noche mística, unión entre el «erotismo de corazones» y el «erotismo religioso» como diría Georges Bataille, para Gaitán Durán se convierte en un eros prometéico que Bataille define como «erotismo sagrado de los cuerpos»:

Es fácil ver lo que designa el erotismo de los cuerpos o el de los corazones, pero la idea de erotismo sagrado es menos familiar. La expresión es por otra parte ambigua en la medida en que todo erotismo es sagrado, pero encontramos los cuerpos y los corazones sin entrar en la esfera sagrada propiamente dicha. Mientras que la búsqueda de una continuidad del ser, perseguida sistemáticamente más allá del mundo inmediato, designa una manera de proceder esencialmente religiosa, bajo su forma familiar en Occidente el erotismo sagrado se confunde con la búsqueda, exactamente con el amor a Dios. [3]

Volviendo al tema que nos ocupa, debo decir, sin embargo, que la lectura oficial que se ha hecho de Gaitán Durán, al menos en Colombia, ha sido paternalista en el peor de los sentidos y cuyo gesto –una gesticulación de alabanza socarrona– ha hecho del cosmopolitismo del poeta un valor políticamente negativo llevado al extremo del alelamiento.

Digo esto porque se ha querido restringir la fuerza de su visión poética a la revolución sexual como primera revolución del ser humano, politizando su propuesta erótica en detrimento de su prometeísmo político. Si bien en su breve ensayo «Eros y política» –una de las lecturas más lúcidas acerca de la poesía de Gaitán Durán, junto con la de Juan Liscano «Erotismo y pulsión de muerte»– el filósofo colombiano Rafael Gutierrez Girardot ha vislumbrado que el eros en la poesía de este autor es un «eros político» en el sentido de que busca en el erotismo la liberación del individuo en tanto que ejercicio de la fuerza pulsional más creativa del ser humano, también es cierto que la crítica en general ha optado por ignorar el tema político en la poesía de Jorge Gaitán circunscribiéndolo con muy poco tino, a su obra de ensayo.


Aunque la obra de Jorge Gaitán ha pasado un poco al olvido, creo que su propuesta estética continúa teniendo una vigencia extraordinaria en Colombia pues la violencia política que él conoció conserva, evidentemente, toda su actualidad pese al cinismo institucional, el cual enseña aún en las escuelas y en las universidades que en la historia colombiana del siglo XX existió un período denominado como «la violencia en Colombia». Precisamente Gaitán Durán destruye la noción de «patria» en un momento de violencia y destrucción en el que el «pensamiento único» no solamente pedía a gritos fórmulas militares, sino que además proponía reforzar ese mismo concepto de «patria»:

El regreso
El regreso para morir es grande.
(Lo dijo con su aventura el rey de Itaca).
Mas amo el sol de mi patria,
El venado rojo que corre por los cerros,
Y las nobles voces de la tarde que fueron
Mi familia.
Mejor morir sin que nadie
Lamente glorias matinales, lejos
Del verano conocido donde conocí dioses.
Todo para que mi imagen pasada
Sea la última fábula de la casa.
[4]

Si salimos del contexto colombiano y del momento histórico propio de Jorge Gaitán me gustaría proponer la figura del extranjero como el arquetipo del oficio de la poesía, cuyo ejercicio puede invitarnos a desechar, al menos idealmente, la idea trascendente de «patria». Este último ejercicio mencionado me interesa especialmente en lugares del planeta que no pertenecen al mundo industrializado, lugares en los que por lo general reina una extraña conquista postcolonial de la búsqueda de una pretendida cultura superior, en cuyo clima aún se da la disyuntiva entre elegir entre dos supuestos extremos irreconciliables: la Civilización o la Barbarie:

«[...] se trata de la doctrina, concebida por clásicos y modernos, del hombre como ‘ser vivo político’. Su sentido es presentar a priori al hombre como un burgués animal de Estado, que necesita, para la plenitud de su esencia, capitales, bibliotecas, catedrales y representaciones diplomáticas. Allí donde esta ideología de la cultura superior se ha impuesto, se repite en cada caso particular la eliminación de la prehistoria, como si cada nuevo individuo fuera un lamentable salvaje al que hay que hacer madurar tan inmediatamente como sea posible para que participe en la vida de los Estados»[5].

Con esta línea argumental no pretendo hacer pensar que Jorge Gaitán Durán propone en su poética la nefasta idea protestante, tan de moda en las últimas décadas, del self-made-man, pues es evidente que su concepción es el polo opuesto de esta idea asexuada y a-erótica, bajo la cual subyace la concepción de una creación sin cópula. Veo en este poeta, por el contrario, una crítica implícita a esta mitología posmoderna, densamente poblada por una multitud de divinidades autopoyéticas o autosuficientes de esta índole, cuyo ejemplo contundente se reencarna (¿se clona?) en personajes tales como Frankenstein y Robinson Crusoe revisided.

No quiero cerrar esta charla dejando el sabor de una respuesta conseguida ni mucho menos, sino invitar a la indisciplina y recordar que la poesía, además de ser una celebración, es una manera de ser y de ver, o dicho con palabras de más alcurnia, una ética y una estética de la palabra que se hace extranjera. Algo que el mismo Jorge Gaitán propone de menera contundente:


Esta ciudad es nuestra
Tenemos la tierra, porque al cielo hemos negado
Lo que sólo el hombre merece en su violencia:
él amor levantado como roca en la injuria de toda
Patria, para que dioses o criminales seamos un instante
Cuando la voluptuosidad y el duelo nos habitan.
Tenemos el cuerpo, pues desde el cuarto miserable
Donde nos abrazamos sin reposo erigimos una ciudad que es sólo nuestra,
Carne cuya obra toca mundo y que el deseo alza a las estrellas:
No pertenece a los ciegos seres que se despedazan o se ignoran,
Soledades guerreras unidas por la codicia o el tumulto,
Apegadas a cosas que no son suyas, sino del tiempo,
Mientras nuestro fasto único es incendiar nubes que pasan
Por entre los cerros ponientes, rojos como en otoño el bosque,
Felicidades extrañas como un lucero en pleno día,
Ojos con que descubrimos los mil soles que arden
Al mirarnos, sangres que al correr juntas atraviesan
El infierno con música que no es de nadie: El alma.
Tenemos toda la vida por delante y también toda la muerte.
[6]

No sé bien si el silogismo que propongo termina por comprobar, en el poeta, esa experiencia límite que el rasero de la «condición humana» reparte por igual y que por ello, «todo poeta lírico, en virtud de su naturaleza, opera fatalmente un retorno hacia el edén perdido»[7], pero sí estoy convencido, con Jabés, de que el poeta sea, de por sí un apátrida, pues, «a fin de cuentas, la lengua es la verdadera patria del exiliado»[8].

Juan Pablo Roa Delgado

Notas
[1] Jabés, Edmond, Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2002.
[2] Gaitán Durán, Jorge, Si mañana despierto, en Obra literaria, poesía y prosa, Bogotá, Instituto colombiano de Cultura, 1975.
[3] Bataille, Georges, El erotismo, Barcelona, Tusquets, 1988, p. 29.
[4] Gaitán Durán, Jorge, ibídem.
[5] Sloterdijk, Peter, En el mismo barco, Madrid, Siruela, 2000
[6] Gaitán Durán, Jorge, ibídem.
[7] Baudelaire, Charles, Escritos sobre literatura, Barcelona, Bruguera, 1986.
[8] Jabés, Edmond, op. Cit.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Excelente ensayo sobre el enorme gaitán Durán a quien tanto admiro y disfruto leer. Gracias por la invitación que me dejaste en mi espacio, ya tuyo, de poesía. Es un placer encontrar sitios como el tuyo, tan documentados de forma profesional sobre temas literarios que a uno le interesan. Felicidades....

7:14 p. m.  
Blogger ángel said...

Gracias por tu visita y la renovada invitación a releer tu estupendo ensayo sbre JGD

Saludos...

3:34 p. m.  

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